
Cómo me siento cuando me siento mal
Sentirse mal es algo muy habitual en los que somos TLP. El dolor camina con nosotros, no en balde somos personas con el noventa por cien del cuerpo con quemaduras de tercer grado en lo que a la mente y el alma se refiere.El día que estoy peor de lo habitual, aunque mi cara sea más o menos la misma, la NADA toma el control de mi mente y afila los cuchillos. No pienso nada en particular, no hay un detonante que dispare el botón del maldito dolor. Sencillamente sé que está ahí y ese día las voy a pasar muy putas, putisimas.Si salgo a la calle, cosa que para mí es un triunfo dado que soy agorafóbica, llego a casa con una presión y unas ganas de vomitar tan fuertes que tengo que recurrir a la medicación para casos de emergencia. En la calle me siento absolutamente desprotegida y aterrorizada, además de que tengo tanta tendencia a disociar que debo prestar una atención mayor de lo habitual a cada paso que doy, porque puedo ir camino del Mercadona y llegar sin recordar haber dado un solo paso desde la puerta del portal. Como soy muy tendente a las compras compulsivas tengo que hacer un esfuerzo de voluntad grande para comprar única y exclusivamente lo que he ido a buscar. Para quien no lo sepa, la compra compulsiva es una especie de vía de escape, equivocada pero vía de escape, para el dolor y el vacío y esos miles de sentimientos que no sé explicar.En ese caso en concreto, cuando llego a casa sólo siento ganas de sentarme en el suelo con los brazos cogiéndome las rodillas para sentir que ya estoy otra vez en lugar seguro. Si los ratos que salgo con mi marido son relativamente cortos suelo llevarlo mejor porque es poco tiempo y mi mente eso lo tolera, pero si debo ir a algún sitio que implica desplazamiento largo se me viene el mundo encima y tengo que hacerlo al menos con un día de margen para que mi mente lo acepte. Y aún así regreso con la angustia disparada ( aunque lo disimule muy bien)Cuando tengo ese mal día seguramente se me nota en la cara. Mi madre me decía que aprendiera a controlar mis caras porque…Pero es que no sé controlarlas porque salvo en casos muy contados,que he notado que me cambiaba y no para bien,no me miro al espejo, porque en esos días me doy un asco especial y siento un rechazo por mí misma que no aparece ni en el DSM.En ese mal día, repito, no suelo querer a nadie cerca. Necesito que nadie se me acerque (excepción hecha de mi marido, claro, que vive conmigo y cuya presencia no me supone un rechazo), que nadie me venga a decir que el Sol ha salido y que debería dejarme acariciar por sus rayos porque son terapéuticos. ¡ A la mierda los rayos de Sol y sus efectos terapéuticos! ¡Y a la mierda quien me da ese tipo de consejos! Ese día no necesito los estúpidos y bienintencionados consejos de nadie que no sabe lo que realmente me pasa o que si se lo huele le importa entre poco y nada. Además me hace mucha gracia cuando me pillan con el cable cruzado y alguien me dice que me lo dice con buena intención, no para molestarme…¡Es que faltaría más que me lo dijeran para molestarme! El problema reside en que el Infierno está empedrado de buenas intenciones…Y yo estoy cansada de buenas intenciones con lo cual opto por no contar cómo me siento, salvo a mi muy reducido círculo íntimo.A la pregunta » ¿cómo estás?» suelo responder «bien». Si tengo confianza con la otra persona quizás le diga que tengo un mal día, y si me conoce un poco sabe que eso es un «Danger, danger» como la copa de un pino. He aprendido a lo largo de los años y las desilusiones a no dar más información de la que la gente necesita, básicamente porque estoy cansada de cafres sin empatía de ningún tipo cuya idea al preguntarme que cómo estoy es que responda «bien, muy bien, me acabo de encontrar con un unicornio y aún huelo a Arco Iris» . Cuando quiera oír estupideces pondré el programa que tenemos en España específico «para rojos y maricones».Si realmente me dejara llevar por mi personalidad borderline, que aunque soy altamente funcional la tengo y muy acentuada, seguramente a más de una persona le habría vuelto a meter las pezuñas en el tiesto de donde nunca deberían haberlas sacado, pero me he habituado tanto a no querer molestar y a que mis necesidades más básicas queden por detrás de las ajenas,que no hablo. Suelo preferir no hablar a descuartizar emocionalmente a algún cafre. Para bien o para mal, manejo la crueldad verbal de manera magistral, motivo por el cual sólo la uso en muy contadas excepciones y cuando está claro que el sujeto busca hacerme daño o tocarme la moral desde hace tiempo.Es decir, para sacarme cómo me siento realmente hay que emborracharme, literalmente. Y eso es tan cierto como que un día que tenía cita con la psicóloga me tomé un vaso de vino porque notaba que no iba a ser capaz de hablar, y aún así me costó Dios y ayuda. He pasado de ser verborreica a no hablar. Antes el problema, lo que indicaba que algo en mí no iba bien, era que no hablaba. Ahora es al revés, hablo por los codos o me río casi histéricamente por tonterías.Pero es que esto es tan sencillo como que muchas veces la gente cuando te pregunta cómo estás o en qué te puede ayudar realmente te están haciendo una pregunta retórica, es decir, de las que no espera respuesta. Preguntan por preguntar, por quedar bien, por parecer que realmente no tienen la empatía en un nivel asnal de desarrollo. Cuando alguien realmente me quiere sabe que cuando tengo esos días necesito que me dejen a mi bola,que de una manera u otra se me irá pasando, pero nadie se hace una idea de cómo me siento cuando digo que tengo un mal día. Y que me digan que pese a todo, a me ponga como me ponga, nunca me van a soltar de la mano.Es una mezcla de soledad, vacío, asco por mí misma y por cómo me han tocado una serie de papeletas que me han arruinado la vida. Lo sé , nadie debe pagar por ello, eso está claro, pero en esos días poner la mano sobre la superficie de la vitro cuando está ardiendo se me antoja una forma maravillosa de ahuyentar el dolor emocional. Y no, no estoy loca. Sólo soy Fátima Pellico, una persona enferma que lucha porque no le queda más opción y porque intenta no molestar a nadie aunque eso signifique disociarse o sentirse peor de lo que nadie se imagina.Y así,queridos niños, viene a transcurrir uno de los malos días de ésta que os escribe. Quizás en otra ocasión os cuente la versión para adultos de un mal día dentro de mi vida.

