
Quince de Septiembre de 2022
Papá, ya estoy aquí, escribiéndote otra vez…por escrito, claro, porque mentalmente hablo mucho contigo. Pero si hablo contigo por escrito quizás pueda ayudar a las personas que leen este blog a ver que mi vida no es un mundo de luz y color, como pueda parecer por cómo «gestiono» todo lo que me ocurre a nivel mental.
Un intelectual de bolera me dice en un comentario de una entrada, de las últimas que escribí,que no parezco sana mentalmente y no he podido evitar reírme…Sigo sin entender esa manía que tiene mucha gente de hablar por hablar, como si supieran de todo, cuando realmente o saben poco de poco o directamente son cafres.
¿Por qué cambié el nombre al blog, pasando de «Los Límites de la mente» a «Cartas a mi padre muerto»? Pues muy sencillo: mi intención es que las personas entiendan qué es el infierno de la enfermedad mental. Punto. Es ése y no es otro. Con una sola persona que lo entienda me doy con un canto en los dientes. Además, me he hartado predicar en el desierto y he tomado la firme decisión de dejar de explicar las cosas, más que nada porque si a una persona hay que explicarle las cosas treinta veces tiene un problema grave de comprensión, y eso no me toca a mí resolverlo.
Por otra parte, mientras te escribo, esos minutos en que dirijo mis líneas en tu dirección, puedo llegar a imaginar con el alma que estás vivo. ¿Muerto? Tú para mí no estás muerto sino que estás más vivo que el resto del género humano, el cual, salvo contadisimas excepciones, me importa un bledo.
Vale, sí….qué por qué me importa un bledo el género humano en abstracto. Básicamente porque tengo 48 años, he vivido mucho y de manera muy intensa desde pequeña y eso me ha convertido en la persona enferma que soy, y además , por alguna Ley de la Compensación que imagino que Dios tiene, me hace ver la realidad cruda y dura de muchas cosas y mi conclusión, basada en mi experiencia, es que a la gente , salvo contadas excepciones, el dolor ajeno se la bufa. En la «teoría social», por llamarlo de alguna manera, muestran una gran empatía, una caridad sin límites, llegan a considerarnos personas, por así explicarlo…pero en la realidad lo único que nos importa es nuestro ombligo. Fíjate, papá, qué agujero tan pequeño el ombligo y , sin embargo,qué enorme importancia encierra: nos hace creer que somos el centro del Universo, cuando la realidad es bien distinta y es ésta: «polvo eres y en polvo te convertirás», como dicen en la liturgia del Miércoles de Ceniza al imponértela.
Por eso mi centro del Universo es lo que poco que puedo manejar en mi día a dia, porque contrariamente a la imagen que doy, estoy habitada por el Vacío. Manejo porciones de tiempo de minutos; espacios reducidos que no pasen por salir a la calle, donde experimento un terror absoluto y más si me toca salir sola…Medicada, claro está. Y Dios, al que me aferro lo más que puedo para entender las cosas y que mi impulsividad no me convierta en una hidra…
Y a día de hoy soy plenamente consciente de que sólo quien me quiere se implica, y respeto que la gente vaya a su bola, en serio…Respetar no sería la palabra,no. Para ser más exactos la palabra es indiferencia… Un día te contaré por qué creo que la indiferencia es mucho peor que el odio… Tengo bastante con gestionar de la mejor manera posible mi infierno interno , mi mente enferma, las consecuencias de la medicación que tomo para evitar males mayores…
Hasta mañana si Dios quiere, papá.

