
Sé tú mismo…o no, mejor no.
Con cuarenta y seis años se ve todo desde una perspectiva distinta a los veinte y los treinta, pero eso es obvio. En teoría la sintomatología TLP, e imagino que algunas otras, con la edad se van atemperando a menos que haya circunstancias en la vida diaria que hagan que esos síntomas estén ahí.Con cuarenta y seis, repito, seguramente me he vuelto más desconfiada, más «autosuficiente» (si es que alguna vez he logrado serlo) y ya no espero lo que creo que nunca va a llegar. Y no,no es una profecía autocumplida sino la cruda constatación de una realidad muy negra, y es que se puede ser uno mismo siempre y cuando se tenga la sonrisa Profidén pegada en la cara y se sea extremadamente empático con las necesidades ajenas.Durante más de la mitad de mi vida, desde muy pequeña pero ya lo bastante madura como para jugar el juego que me imponía la personalidad histriónica con rasgos malignos de mi madre,hacia más o menos los siete años de edad, antepuse las necesidades de los demás por encima de las mías. Ojo, hablo de necesidades ajenas pero muchas veces eran simplemente caprichos (aunque mi enfermizo exceso de empatía las calibraba como necesidades), mientras que la niña que siempre ha estado dentro de mí y que ha fingido una fuerza que no tiene de serie (forjada a base de golpes emocionales) fue dejando sus putas NECESIDADES de lado hasta llegar a creer que pedir ayuda es un supremo acto de egoísmo porque ya bastante tienen los demás con lo suyo ¿Que quién me metió esa idea en la cabeza? Seguramente mi madre, que desde pequeña me decía de llevarme al ala oncológica del hospital Niño Jesús, donde murió de bebé mi hermano Eduardo, para que viera qué eran los problemas reales y qué era realmente el sufrimiento. Eso sin contar el tremendo «sufrimiento» y sus quejas constantes sobre todo, todos y lo que no estuviera para complacerla…Ella podía pasarse horas contándome sus «problemas» , que yo escuchaba y que intentaba desmontar para que viera que no era así…Cada día el ceremonial se repetía…Y al día siguiente se repetía la misma conversación porque el ser el centro de atención era lo que la mantenía viva, aunque eso conllevara joderle la arquitectura emocional a su hija mayor…La cual se comía los muñones al ver que todo aquello que se le explicaba como coherente y lógico ella luego lo hacía todo al revés…Pero no pasaba nada, ya que ya estaba la subnormal de su hija para intentar revertir el efecto de que ella lo hiciera todo al revés.¿Me he acostumbrado a no poder desahogarme con nadie porque «nadie sabe qué decirte» o «la gente está muy liada» o «sé feliz: la vida es bella»?Pues no, no me he acostumbrado y sigo siendo esa pequeña gran estúpida que antepone siempre a los demás hasta el momento en que se hace una bolita emocional, se repliega psicológicamente sobre ella porque el tsunami la ha pillado otra vez y sólo puede esperar a que pase y confiar en que Dios la volverá a echar el flotador para que pueda emerger, dado que cuando estás en el fondo el camino sólo puede ser de subida. ¿Qué cuánto tardará en ver el flotador e intentar poder alcanzarlo esta vez? Pues no lo sé, porque sigo viendo llegar los tsunamis y sigo estando sola para enfrentarme a ellos. Y cada uno es peor que el anterior, pues me pilla más frágil, más vulnerable y más llena de la NADA de la que nuestra enfermedad nos provee generosamente.Al final, y no es amargura sino pura realidad, al menos para mí, la sociedad te dice «sé tu misma pero si no aportas, aparta» O al menos yo lo veo así intentando ser lo más objetiva que puedo.

