Reflexiones

Por muy mal que se pongan las cosas…

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Érase una vez una relación de varios años que se rompió. Las relaciones se rompen y eso no es una novedad para nadie, pero ésta se rompió en una circunstancia a todas luces raras. Yo estaba ingresada por segunda vez en el psiquiátrico y con la ayuda de mi padre intentaba aprovechar el tiempo al máximo. Fueron dos meses tan desagradables como suelen ser los tiempos que uno pasa en un manicomio, pero así es la vida. Pues bien, en ese tiempo en que yo estaba ingresada, con la idea de coger fuerzas para romper con la pareja que tenía por entonces porque la situación era insostenible y mi padre había decidido tomar cartas en el asunto, esa pareja decidió liarse con la maritornes que limpiaba en casa. Curiosamente él nunca llegó a reconocer que se había liado con otra, como tampoco supo nunca que en esa conversación que tuvimos me ahorró el decirle que se había acabado el pastel. Me enteré porque el marido de la susodicha llamó un día por teléfono a casa y me dijo, en plan película de policías «no diga mi nombre en voz alta, pero tenemos que hablar. Su marido y mi mujer se han liado». Impresionante pero no por ello menos divertido cuando lo recuerdo…

En fin, el caso es que cuando regresé del psiquiátrico mi ex me comenta que pensaba esperar a que aterrizara pero que mejor me lo decía en ese momento, y el tema era que no quería seguir, que él se quedaba la casa, se quedaba el perro, el coche y no sé cuántas cosas más se quería quedar.

La conversación fue poco más o menos como sigue:

El: yo me quedo la casa, me quedo el perro, me quedó el coche…

Yo: eso no creo que vaya a pasar

Él; ¿y por qué?

Yo; porque ni te vas a quedar la casa, ni te vas a quedar el perro, ni el coche ni nada

El: ¿y cómo estás tan segura?

Yo: porque cuando yo digo algo generalmente suele ir a Misa

El: pues eso habrá que verlo

Yo: tranquilo, lo veremos.

Dicho sea de paso, todo lo que él mencionaba estaba a mi nombre.

Esa conversación se desarrolló en un clima de tranquilidad por mi parte impresionante (creo que ahí empecé con las disociaciones, pero no estoy segura). Acto seguido llamé a mi padre, que seguramente esperaba algo por el estilo y le conté lo que había pasado. 

Durante ese mes, que fue poco más o menos el tiempo que transcurre entre la celebérrima conversación y el día en que se va, hubo conversaciones merecedoras de  Oscar, como cuando mi padre me dijo que lo sacara de mis cuentas bancarias y desdomiciliara sus recibos y cuando el susodicho lo descubre  me monta un cirio por teléfono acusándome de que me ha faltado tiempo para sacarlo de mis cuentas…No sé si esperaba que le dejara quedarse a vivir dentro de ellas o es que me tomaba por imbécil. Recuerdo que cuando me dijo que me había faltado tiempo para sacarlo de las cuentas le recordé que desde el día de la ruptura él y yo no éramos nada, y que se diera prisa con los recibos, que también los había desdomiciliado. 

O cuando me reclamó el dinero de la devolución de Hacienda de ese año. Esa conversación la verdad es que ahora me hace sonreír, pero en su día no tuvo maldita la gracia. Yo creía que me vacilaba cuando me dijo que le hacía falta el dinero que Hacienda me iba a devolver y yo le dije que no se lo iba a dar, y el que por qué, y yo que porque desde el día en que rompimos ya no éramos nada, y él que se lo había prometido, y yo que en junio éramos pareja y ahora no éramos nada. En mi opinión yo lo explicaba de una manera bastante asequible intelectualmente, pero…se conoce que no.

O cuando me pregunta qué idea tengo de cómo podemos hacerlo y yo le comento que puede irse a dormir al otro dormitorio, como si fuéramos compañeros de piso, y él me dice que no le parece buena idea, que si tengo otra, y yo le digo que o ésa o que coja la puerta y se vaya. Realmente, porque le conozco como si lo hubiera parido, pero…algunas veces me quedaba impresionada de las conversaciones porque no daba crédito a ciertas cosas.

O cuando pasé una noche fuera en casa con uno de mis dos mejores amigos y sólo se le ocurre decirme que si iba a pasar la noche fuera que debería habérselo dicho, que él se preocupaba por los compañeros de piso. Y yo vuelta a lo mismo: no éramos nada y no tenía que darle explicaciones de dónde iba o dejaba de ir. 

O cuando me preguntó si podía tener régimen de visitas con el perro, y yo le dije que vale, siempre y cuando avisara un día antes para estar en casa. Y no le pareció bien. Se conoce que su idea era tener llaves de casa para poder ir a verlo…Lo dicho, vivir juntos varios años para descubrir que no me conocía ni por asomo y que además me tomaba por lerda (o no, pero se comportaba como si me tomara por eso).

Y todo esto que comento viene a raíz de que yo había empezado con depresión un año y siete meses antes, y se conoce que me convertí en una carga. A poco de empezarla un día en que regresaba del médico de cabecera me preguntó que cuándo pensaba volver a trabajar, que nos hacía falta el dinero, y le dije que por primera vez en mi vida mi prioridad a nivel mental iba a ser yo, y que se fuera haciendo a la idea de que tenía una depresión clínica de tomo y lomo. Eso ya no le gustó, como tampoco le gustó cuando el psiquiatra que me trataba le dijo literalmente » Fátima tiene que hacer lo que le apetezca. Si no, no la sacamos de donde está». Y él, cuando salimos, me dice que el médico no le ha gustado y que lo que ha hecho es autorizarme a tocarme las narices…En su visión, palabras textuales suyas » tú aspiras a vivir del Estado»…

Durante ese mes y unos cuantos más me pasaron cosas curiosas como que mi móvil se dio de baja por robo él solo, y cuando llamé a la compañía telefónica, cuando se vieron ante el problema de una denuncia, me contaron por teléfono toda la conversación…En serio, porque sé que lo viví porque me lo cuentan y me parto la caja ante lo surrealista de las situaciones.

Pero salí de ello, lo superé y no me morí. Es decir, que seguramente todos queramos una persona que nos acepte, que esté a nuestro lado (a fin de cuentas, eso es el amor ¿no?)

Pero si no tenemos una pareja así, o la tenemos y se va, el mundo no se acaba, queridos niños. Se acaba una etapa de nuestra vida, nada más. Que sí, que duele, que el abismo parece abrirse a nuestros pies porque una de las cosas que más terror nos causa es el abandono o la ruptura, pero se sale y se vive y las cicatrices nos cuentan de dónde venimos y qué hemos estado afrontando. Y desde la experiencia afirmo que si una persona nos abandona por ser enfermos o estar enfermos (depende de si es crónico o no), cuanto más lejos la tengamos mejor, pero hasta puntos que cuando estamos metidos en la vorágine de la ruptura no podemos ver. Como dice el refrán » A enemigo que huye, puente de plata».

Unos años más tarde me contó mi madre que mi ex había tenido a bien llamarla para ponerme un poquito a parir y contarle cosas a todas luces mentira. La más gorda, según mi madre, era que me echaban de todos los trabajos, cosa que no me ha pasado en la vida (cuando podía trabajar, claro). En un momento de la conversación, siempre según mi madre, y la creo en ese aspecto, mi ex le dice que irá a su casa a contarle más cosas, y me madre le dice que no cree que eso vaya a pasar, y el que por qué no, y ella que porque a su casa va quien ella quiere y él no está en la lista. Broche de oro para una conversación que apestaba.

En ese entonces yo tenía tres sólidos apoyos: mi padre, mi mejor amigo y mi segundo mejor amigo. Y ninguno de los tres pensaba dejarme caer. Pero ese lidiar con las situaciones lo hice sola, es decir, me tenía que enfrentar sola a las interacciones con él, al pánico a la soledad, al vacío…

De esos tres apoyos de ese momento sólo me queda mi mejor amigo. Mi padre se fue, un cáncer lo arrastró al Valle de Josafat, y mi otro mejor amigo…se fue, sin más. 

Pero si hay algo que aprendí de esa experiencia es que mientras nos tengamos a nosotros mismos, por mucho pánico que sintamos, y lo sentiremos y será angustioso, no estamos solos.

Y ante ese pánico, nuestro Maletín de la señorita Pepis.

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